sábado, 16 de marzo de 2019

Hogar de niños

Hogar de niños, Buenos Aires, enero del 2018.

Recuerdo que de pequeña me imaginaba que los hogares de niños eran como los de Chiquititas o Rincón de Luz, muchos niños deseaban vivir en un orfanato por lo hermoso que te mostraba la serie que era vivir allí. Hace un año conocí uno real.
Me invitaron a visitar a los niños y compartir un rato con ellos, acepté y acordamos una fecha de visita. Había ido a uno de chiquita para dejar unas donaciones pero no lo recuerdo bien.
Mientras estaba yendo con mi mamá a pasar el día me preguntaba cómo sería vivir allí, qué historias tendrían los niños... cuando bajamos del colectivo empezamos a caminar y a buscar el hogar, en mi mente que aún tenía la imagen que Cris Morena puso de los hogares buscaba un cartel inmenso y una entrada colorida y alegre, todo eso nunca existió. Reconocimos el hogar porque de una casa que parecía ser una cualquiera se escuchaban voces y risas de muchos niños jugando, nos miramos con mi mamá y dijimos: "debe ser acá". 

Ni bien entramos nos presentaron a los chicos, quien me había invitado les dijo que estábamos para visitarlos y compartir un rato, un niño de once años respondió diciendo "sí, ya sé que nos vienen a visitar" mirando hacia abajo, rápidamente vinieron todos a ver quiénes éramos, una niña de unos seis años me toco el cabello y me dijo que lo tenía muy largo como Rapunzel y era muy suave, le agradecí mientras le dije que su cabello también era muy lindo, se quedó callada por un instante y tras dudar un poco hizo su primera pregunta: "¿tu mamá te pega?" creo que el motivo de por qué estaba allí se hizo presente los primeros minutos. Le respondí que no, que nadie debe de pegarle a nadie y que ella tampoco debía de hacerlo, se quedó pensando y reflexionando en mi respuesta, no me entendía del todo a lo que me responde: "¿en serio? ¿de chiquita tampoco?" a lo que le digo lo mismo, nadie debe de pegarle a nadie. 
Los niños se turnaban para conocerla a mi mamá y a mí, otra niña de casi la misma edad se acercó y comenzamos a jugar al típico juego con las manos: "mari mari po po mari mari sa sa mari po mari sa mari po sa" le decía "más rápido" y se moría de la risa al ver que ninguna podía, otro niño se acercó y dijo que él también sabía jugar, se sumó y empezamos con otra canción: "choco choco lala choco choco tete choco la choco te chocolate".
Unos niños pegaban, otros mordían, otros repetían constantemente los órganos femeninos y masculinos, y con solo observar la actitud de cada uno podía ver que detrás de cada cosa que hacían había una historia, había un porqué, cada uno tenía un trauma, un dolor, una marca, algo que aprendieron en el pasado y lo repetían ahora.
Dos niñas me hacían trencitas, dividí mi cabello y una estaba de cada lado, peleándose por ver quién era "mejor peluquera".
Había dos piscinas, una para los más chiquitos y otra para los más grandes, jugaron un rato, me tiraron agua y recordé tanto a cuando trabajaba en la colonia que no podía decirles que no.

Llegó la hora del almuerzo, sirvieron los panchos y todos empezaron: "queremos comer, queremos comer", un niño se me acercó y dijo que no podía comer el pancho porque tenía una herida cerca de la boca y tenían que cortarle chiquito así no le dolía... al ver la comida creo que se olvidó porque se habrá comido unos tres panchos. Nos invitaron a nosotras también y comimos con ellos.

Por todos lados escuchaba un: "mirá lo que puedo hacer", uno que se colgaba de la casita, otro que andaba en monopatín sin caerse, otro que pateaba la pelota y la agarraba en el aire, otro que abría los ojos en el agua, otro que se mantenía de pié sobre una parte de la misma casita de juguete, no tenía ojos para mirar a todos a la vez.
Los más chiquitos se fueron a dormir la siesta, y los más grandes se quedaron un rato más en la piscina, una de las niñas, quien no se quiso mojar se sentó al lado nuestro y nos contaba que el padre le pegaba siempre, que extrañaba a la mamá y a sus hermanos, y entre juegos y adivinando de qué color era el juguete nos contaba su historia de vida, todo lo que tuvo que pasar siendo tan pequeña.

Después vinieron unos niños con un juguete grande en la mano y cerrando las dos manos me decían "¿en qué mano está?" se veía claramente en cuál estaba pero a veces le decía la mano equivocada para que se rieran y dijeran "no, acá está, ¡gané!"

Un niño de once años, del que hablé antes, tenía un comportamiento que me llamaba la atención, pocas veces te miraba a los ojos y te hablaba tanto de un tema en particular que parecía saber absolutamente todo, pregunté si estaba diagnosticado con autismo o algo similar y me dijeron que le hicieron tests psicológicos pero lo de él, solo eran traumas.

Vi niños viviendo en un ambiente en donde ya no hay violencia, en donde ya nadie los maltrata, pero vi niños con traumas, con marcas emocionales difíciles de superar y niños carentes de amor de una familia, niños que esperaban años para ser adoptados. Niños que fueron separados de sus hermanos dejándolos en el hogar y adoptando solo a quienes eran bebés.
El caso de un niño que en sus cuatro años de vida no salió nunca a la calle, la madre lo tenía solo en el corralito para bebés, y cuando salió por primera vez y durante mucho tiempo, solo temblaba, con cuatro años no decía ni una palabra. Otro niño que fue abusado sexualmente por su padre, quien tiene VIH, por suerte el niño no fue contagiado.

Un niño muy entusiasmado me comentó que ya tiene una familia, ya tiene a alguien que lo quiere adoptar. Los niños merecen y necesitan una familia. Muchas parejas buscan solo bebés pero los más grandes también necesitan protección, consuelo, amor, que en un hogar, si bien pueden darle un techo, comida, juguetes, no pueden prestarle la misma atención ya que son muchos.
Quienes trabajan ahí deben tener un amor y una paciencia incondicional para poder controlar algunos casos, los niños no son malos, solo repiten lo que vivieron durante años. Pensé que después de ver cómo es tener un hogar en realidad, el esfuerzo que hay que poner, no querría saber de nada. Pero al contrario, más ganas me dieron para luchar por una niñez sin abusos, sin maltratos, más ganas me dieron para seguir luchando por esa infancia sin dolor. Sé que ellos van a poder romper ese ciclo de violencia y salir adelante.