sábado, 16 de marzo de 2019

Esperanza

Hay esperanza, sí, hay esperanza. No sos lo que quisieron poner en tu interior, no sos el miedo, ni la vergüenza, no sos el insomnio, no sos las pesadillas, no sos los malos recuerdos, no sos el abuso que sufriste. Levantate como el guerrero que sos, mirate en el espejo, a los ojos, no bajes la mirada, recordá a ese niño que eras, tenías sueños, metas, ganas de jugar, querías sonreír, ¿le dirías a ese niño que tuvo la culpa de lo que le pasó? sé que no. Ahora mirate de nuevo, fuiste ese niño inocente, que cayó en manos de una persona mala, pero estás de pié, con cicatrices, con secuelas que parecen que nunca se van a ir, pero estás. Ese niño no tuvo la culpa, vos no tuviste la culpa.

Devolvé todo lo que te lastima a quien le pertenece, al abusador. No hagas caso a las personas que dicen que simplemente lo olvides y no hables más de lo que te sucedió, hablá, contalo las veces que creas necesario para poder sanar, es tu momento de contar lo que sucedió y nadie puede silenciarte una vez más, si alguien no te cree, no importa, no necesitás su aprobación, tampoco sus palabras de aliento, solo hace falta que creas en vos, en que podés salir adelante, con eso basta. Sobreviviste a muchas cosas y estás acá, de pié, aunque te duela el alma, si llegaste hasta acá, no dejes que las secuelas te maten, hay esperanza. Porque cuando creíste que no podías más seguiste adelante, porque seguís acá, porque si estás leyendo esto es porque todavía hay mucho por hacer. No importa tu edad, no importa cuándo lo dijiste, si tardaste, si no pudiste gritarle en la cara la inmundicia humana que era, porque ahora solo estás vos y tu verdad. Quien te dañó ya no se enfrenta contra un niño pequeño, se enfrenta contra un guerrero, tu principal arma es tu palabra, no dejen que te la roben una vez más, no calles para no dañar a otros a costa de tu propia vida y salud física y mental. Hablar sana. Después de todo, merecés sanar.

Los monstruos sí existen. (Cuento)

-¿Pesadillas otra vez? -Le pregunta la madre mientras abre la puerta de su habitación- Ya tenés diez años, no podés seguir así... ya te dije que no existen los monstruos. 
-Mamá, sí existen... me lastiman por las noches y hacen que me despierte -Dice el pequeño mientras se refriega los ojos.
-Martín, mañana vamos a hablar seriamente con tu papá. ¡Sos un hombre! ¡parecés una nena que llora por todo! Tratá de dormir, por favor.

La madre sale de la habitación y vuelve a la cama con su esposo, quien le pregunta qué es lo que sucedió. Se encoje de hombros y lo anima a seguir descansando, al día siguiente ambos tienen que trabajar.
El niño no se quiere levantar, se da vueltas en la cama y entrecierra los ojos cuando entra su madre y le prende la luz. Ya es hora de levantarse y desayunar, exactamente las siete de la mañana. Hace un esfuerzo y apoya ambos pies en el suelo, no sin antes estirarse y bostezar un par de veces.
Ya en la cocina se encuentra la familia completa, el padre, la madre y él. Se sientan y el padre prende la televisión en un canal de noticias. El pequeño observa que muchas mujeres están luchando por la violencia, escucha detenidamente y una voz dice en la pantalla "a vos, mujer, niña, si sufrís de cualquier tipo de maltrato, no te quedes callada", suspira y sigue comiendo el yogur con cereales.

El padre lo lleva al colegio y antes de entrar lo toma de la cara y le dice como de costumbre "y acordate, nada a nadie, sos un hombre, un hombre". El niño asiente y entra.
Ya adentro elige un lugar y se sienta.

-Acá no podés estar. -Le dice uno de sus compañeros.
-¿Por qué no? Desde acá veo bien el pizarrón. -Responde.
-Porque no queremos que estés cerca de nosotros, sos un llorón y un maricón.

Le da un empujón y Martín cae sentado en la silla y apoya sus manos en el pupitre para no caer al suelo.

-Dale, peleá como un macho, ¿o sos una nena? -Lo reta.
-¡Pelea! ¡pelea!- Exclaman todos en una misma voz.

Baja la mirada y llega el profesor quien le llama la atención a todos y les pide que no peleen y traten de llevarse bien, puesto que son compañeros y tienen que hacer un esfuerzo.
Se pasa la clase entera con su mano apoyada en el rostro y el codo en el pupitre mientras mira hacia la ventana. En el recreo no quiere jugar. Antes se llevaba bien con los demás niños pero desde que el monstruo lo lastima, ya no, siempre está triste y cuando juegan al fútbol siempre se olvida de dónde está y hacen un gol, y otro... ellos ya lo odian, siempre pierden por su culpa.
Está solo, en los trabajos grupales también lo está. Quisiera hablar con alguien pero quienes eran sus amigos ya no lo son, la amistad, la diversión, el juego... todo terminó para él.

Va a buscarlo su madre a la salida y en el camino le cuenta que la hija de una vecina fue abusada por un tío.

-¿Y eso qué es? -Pregunta Martín.
-Cuando te tocan tus partes íntimas o te hacen ver las suyas -Le explica mientras le anima a que le dé su mochila, así ella la lleva.
-¿Y a muchos niños les pasa?
-Muchas niñas son abusadas, la mujer es muy violentada, no solo en estos tiempos sino desde antes. ¿Sabías que antes se las mataba porque pensaba que eran brujas?

El niño no responde y queda en silencio hasta llegar a su casa. Es ahí donde entra a su habitación, se sienta en la cama y comienza a pensar... ¿acaso él será una niña? ¿estará exagerando? capaz está bien lo que pasa... el monstruo dice que debe aguantar como un hombre y que si habla, todos se reirían porque no tiene fuerza y no puede defenderse. Pobre la hija de su vecina... piensa. Desearía hablar con ella y decirle que no está sola, eso dicen que hay que hacer con las mujeres que pasan por esto, darles ánimos. Está decidido, mañana iría a ver a Paula, tiene casi su edad, podrían llevarse bien y hasta ser amigos.

El mañana llega rápido y cuando se da cuenta está frente a la casa de Laura y su mamá. Toca el timbre y la niña sale. Lo invita a pasar y ambos se sientan en el suelo mientras dibujan. Pocas veces se habían visto pero parecía ser buena persona.

-Me enteré lo que pasó... Laura... sobre...
-Sí -Le interrumpe- una psicóloga me está ayudando a superarlo, incluso hicimos una denuncia, eso quiere decir que puede estar preso.
-¿Y cómo te diste cuenta de que estaba mal? -Le pregunta sin levantar la mirada de la hoja.
-Me dieron una charla en el colegio y nos explicaron que nadie debe tocar nuestro cuerpo, porque es un tesoro que tenemos que proteger y que si alguien quiere lastimarnos hay que gritar ¡y muy fuerte!
-Mamá me dijo que muchas niñas pasan por esto...
-Y no solo niñas, también los niños.
-¿Los niños? Pero nosotros somos fuertes, no tenemos que llorar y además...
-Y además pueden ser dañados- Le explica interrumpiéndolo una vez más- También los hombres más grandes. ¿Sabías que las mujeres también nos pueden tocar y hay que cuidarse de ellas y de todos?

Laura tenía apenas trece años pero la situación la hizo madurar más rápido y la información brindada por los maestros y profesionales la habían hecho hablar.

Martín volvió a su casa desorientado. ¡Él no tenía la culpa! Ella le había explicado que la niñez es sagrada y nadie debe interrumpirla ni dejar marcas que hacen llorar y que se recuerden por siempre, él va a contar lo que pasó. Papá no tenía razón, él es un niño y no podía defenderse... y mamá tampoco tenía razón, porque los monstruos en verdad, existen y él, vivía con uno. 





"No podemos construir un mundo diferente, si somos indiferentes"

Tienen sucia la ropa y la cara,
pero aquellos que los maltratan,
tienen inmundicia en el alma.
No los vemos, no los escuchamos,
a su lado pasamos y los ignoramos.
La calle los cría, la calle los educa,
entre periódicos y cajas de cartón,
cierran los ojos y sueñan con un futuro mejor.
Sonrisas al tener un pedazo de pan,
y a veces un golpe silencia aquella necesidad,
cuántos mueren y nadie se entera,
cuántas veces alguno de esos ángeles,
no vuelve a despertar jamás, 
ese mismo a quien no quisimos ayudar días atrás,
pero aun así algunos sostienen,
"esto solo lo tiene que hacer el presidente".


Sobreviviente.


Inocencia que cae al suelo, 
se quiebra y se hace trizas,
mundo que se derrumba,
sonidos de agonía,
todo acaba en tan solo un día.
Pero de las cenizas toma cada trozo,
mirando hacia abajo y de rodillas,
temerosa, queriendo pasar desapercibida,
y como un puzzle de la vida,
decide colocar cada parte donde va.
Reconstruirse, poder sanar.
Algunas no le pertenecen,
nacieron del dolor, del terror,
no debe guardarlas en su corazón,
y deja la pieza del odio,
y se la devuelve a quien siempre le perteneció,
a quien su vida dañó,
y mira la de la culpa, 
la visualiza, la comprende, y la deja ir...
y la vergüenza que la carcomía por dentro,
que la hacía sentir de menos,
la espanta cuando rompe el silencio, 
y recibe un gran abrazo fraterno, 
comprensión, palabras de aliento,
y es el miedo quien ahora,
se quiebra y cae al suelo...


Carta de una chica abusada

 No me pregunten más por qué no hablé antes, pregúntenle a quien abusó de mí por qué lo hizo, no me digan "ya es pasado, no lo recuerdes más" porque no solo se quebrantó mi organismo, algo más murió desde la primera vez que me tocó. No me digan que tengo pesadillas porque pienso mucho en eso, aunque ya no esté en mi vida sigo sintiendo sus manos, su respiración, sus palabras... No me digan que busque venganza, que contrate a un sicario o alguna locura similar, hay que superar esto, no agregarle otro trauma como el haber matado a alguien. No me preguntes detalles que me hagan sentir mal, no hace falta saber determinadas cosas, si algún día te las quiero contar y me siento en confianza, lo haré, pero si no, no. No me digan que si aguanté tanto tiempo fue porque me gustaba, si no conocen el miedo, la vergüenza, no pueden juzgarme.


Haceme sentir querida, protegida... a veces no necesito consejos sino simplemente un abrazo y un "estoy con vos". No esperes que el odio se vaya de un día para el otro, no esperes que viva como si nada hubiese pasado. Puedo tener relaciones inestables, no sentirme parte de ningún grupo, puedo encerrarme en un mundo en donde nadie me lastima, puedo dormir todo el día intentando olvidar o hacer lo contrario y no aparecer por días, quiero escapar de la realidad, como sea, no me juzgues por eso. 
Perdón por arruinar una salida, una cena o una fecha importante con mis llantos repentinos, de verdad, no me gusta ser así. Perdón si cuando me querés abrazar reacciono mal, es el primer impacto y a veces olvido que ya no estoy en riesgo. Si sos mi pareja y no quiero tener intimidad, sabé esperarme, tengo que aprender desde cero lo que es el sexo, debe ser algo hermoso para ambos y no una tortura para mí. 

Ayudame a recuperar la sonrisa, teneme paciencia, porque lo que para vos fueron unos minutos, para mí fue una vida entera


Señor juez

Señor juez, en tus manos deposito mi fe,
en tu decisión queda mi niñez,
deseo que pienses en la infancia,
mientras le pido a mi Ángel de la Guarda
que la justicia no sea un objeto más
que con dinero se pueda comprar.
La vida de los inocentes, señor juez,
la puede determinar tu palabra,
no quiero volver con mi abusador,
lo que me hizo me llenó de dolor.
No le creas a mis palabras,
sino a mis más sinceras lágrimas,
y si no, mira mi inocente mirada,
que día a día es opacada
por el miedo y el dolor.
Todos los días lo recuerdo,
el abuso sexual infantil,
es un crimen silencioso,
y sobre todo, doloroso,
y nunca debe quedar impune,
porque, señor juez,
en tus manos, está mi niñez.


Los niños no mienten

Y quién podría mentir con la realidad,
con un problema que es universal,
que viene desde la antigüedad 
perjudicando así a toda la sociedad.

Los niños vistos como un objeto sexual,
afectando así su integridad física
y sobre todo su salud emocional,
perdiendo su inocencia a temprana edad.

Ningún niño podría inventar
que un ser cercano a su entorno
familiar o social ha intentado lastimar
su frágil cuerpo con perversión y maldad.

Los niños carecen de crueldad,
no tienen suficiente madurez mental
para poder imaginar y crear
un acto de abuso sexual. 

Cuando ellos deciden hablar,
es porque dicen la verdad,
y este acto tan abominable 
jamás debe quedar en la impunidad.


Me siguen diciendo Jorgito

Por las calles de Buenos Aires, del 2017 hasta la fecha.

Estábamos repartiendo pan dulce, turrones a las personas en situación de calle y lo encontramos a él. Le seguían diciendo Jorgito, porque desde niño vivía en ese barrio. Recuerdo que lo abracé y lloró, y yo lloré con él. No dejaba de agradecer el pan dulce, el abrazo, nos agradecía a nosotras y le agradecía a Dios. Desde ese momento no dejamos de ir a visitarlo, de llevarle algo caliente para tomar en invierno o un helado de chocolate en verano. 
Un día fui sola a verlo, estaba triste, no sabía qué carrera iba a seguir, necesitaba salir un poco de mi habitación y despejar mi mente. Me acerqué y le pregunté si me podía sentar con él, simplemente para hablar a lo que me dijo que sí. Me contó un poco de su vida, cómo había llegado a vivir en la calle, cómo hacía para sobrevivir, y a su vez, yo le contaba un par de cosas mías también. La gente pasaba y quienes lo conocían lo saludaban.

-¡Jorgito! ¿cómo va? -decía una persona que pasaba apurada pero lo conocía.
-Bien, ¡gracias! -respondía él cada vez que alguien lo saludaba desde lejos. 
-¿Todos te conocen, no? -le pregunté al ver que pasaba la quinta persona.
-Sí, yo nací en este barrio y todos me conocen como Jorgito, pareciera que no crecí nunca -me dice mientras sonríe. 

Después de hablar sobre él, sobre mí, sobre el barrio y la vida me pregunta:

-¿Y vos Miki, estás estudiando? -justo me había nombrado el tema por el cual había decidido irme y olvidar pero decidí responder de todas formas. 
-No... No sé qué puedo estudiar, empecé psicología pero quiero ayudar de otra manera, dando palabras de aliento, con una canción, abrazando a quien está solo, llevando comida a quien no tenga... Pero no encuentro una carrera así... -le respondo mientras recuerdo un sinfín de carreras que me recomendaban y ninguna me terminaba de gustar.
-Pero vos ya sabés hacer eso, lo estás haciendo ahora, y para eso, no se estudia, sale del corazón. -me responde mientras vuelve a sonreír.

Me emociona su respuesta y me quedo sin palabras, solo le devuelvo la sonrisa y le digo "gracias". Nos pusimos a escuchar música y una en particular hablaba de salir adelante, "es para vos, Jorgito" le dije. Y prometí un día llevar la guitarra.

En otra ocasión salí con la guitarra a la calle, justo pasé por donde estaba él y lo saludé. Al ver la guitarra de inmediato me preguntó si iba a tocarle una canción, su mirada llena de ganas por escuchar música hizo que dijera que sí, aunque realmente me daba mucha vergüenza cantar en la calle. Saqué la guitarra y él empezó a buscar algo, le pregunté qué buscaba y me dijo que tenía una silla pero se la habían robado, que podría sentarme ahí así no estaba en el piso que estaba sucio, le sonreí y le dije mientras me sentaba "¿importa que esté sucio?"
Se le llenaban los ojos de lágrimas mientras empezaba a tocar la guitarra y a cantar, mi mamá sin que me diera cuenta me sacó una foto y hasta el día de hoy es una de mis favoritas. 
Una vez lo llevamos a comer y le pregunté cuándo era su cumpleaños, después de dudarlo bastante recordó que era en noviembre, el 17. 
Un día antes de su cumpleaños me acerqué y le dije que teníamos una sorpresa para él, lo llevaríamos a almorzar, él emocionado dijo que sí pero a su vez creyó que su hermano, a quien no ve, pasaría a buscarlo para compartir ese día juntos, él mantenía esa esperanza de que se acordaran al menos de verlo un día, pero no llegó. 
Al día siguiente lo fuimos a buscar y al vernos empezó a contar unos billetes que le habían dado, $5, $10, nos mira y nos dice "no creo que me alcance para pagar la comida", sonriendo le dijimos que no, que nosotras íbamos a pagar. 
Le cantamos el feliz cumpleaños y todo el restaurante se sumó, vecinos que lo conocían pasaban a saludarlo, y él no dejaba de agradecer. 
Yo puedo ayudarlo con comida o ropa junto a las personas que a su vez, me ayudan a que esto sea posible, pero él me llena el alma a mí con cada respuesta. Y él mismo dijo una vez mientras comía "esto no es realmente lo que me llena, el saber que no estoy solo me hace feliz". 

¿Niños de la calle?

Centro de Buenos Aires, agosto de 2018. Día del niño. Un día de tantos.

Me puse a jugar con tres hermanitos a las burbujas una vez que terminaron de tomar la chocolatada, el que más burbujas atrapaba se ganaba un juguete, (claro, ganaron todos). Corrieron, saltaron, se reían y yo también. Le enseñé a Mili a hacer malabares y jugamos al voley con una pelota súper chiquita, si no la llegábamos a atajar perdíamos un punto. Rogábamos que no se fuera a la calle. En su mente sabía cuántos puntos teníamos cada una, ella cinco y medio porque tocó la pelota pero se le cayó, ¡algo es algo!

Después de jugar y pasar un rato juntos nos despedimos, como diez veces. Mili me abrazaba una y otra vez y yo le acariciaba el cabello.
Los saludé desde lejos y vinieron corriendo los tres hermanitos, Mili me abrazó y el más pequeño también, me puse a su altura y les devolví el abrazo, Rodrigo seguía con ganas de tener algo del hombre araña y estaba algo triste, hasta que lo hice sonreír al decirle que seguro no me ganaba al atajar la pelota, se reía porque me ganó, nos despedimos nuevamente y se fueron a jugar con las burbujas no sin antes darme un beso y reírse porque tenían la boca llena de los dulces que les di.

¿Ves alguna diferencia entre el comportamiento de estos niños y el de tus hijos, sobrinos, nietos...? No lo creo, y es que a pesar de sus necesidades, todos son niños.
No son niños de la calle, son niños en situación de calle, la calle no los define, la calle nunca debe de ser su hogar, solo son niños con ganas de jugar, de ir a la escuela, de que sus padres les presten un poco de atención, son niños con necesidades y no solo de un hogar o comida sino de abrazos, pero son niños como cualquiera, niños que tienen sueños, ganas de crecer y estudiar.

Lautaro Agustín.

Cabildo, Buenos Aires, abril de 2017

 Iba caminando con mi vecina por Cabildo, íbamos a comprar los útiles para empezar la universidad, solo recuerdo una situación de ese día, cuando caminaba vi que un niño pedía en la calle, lamentablemente es algo muy común y muchos los ignoramos porque sabemos que la mayoría de las veces ese dinero va para los padres o para quienes los están explotando para conseguir dinero, quise seguir de largo porque sé que al darles plata no ayudamos a los niños, fui toda la cuadra pensando qué podía hacer entonces, cuando estaba por cruzar me detuve y le dije a mi vecina: "¿lo llevamos a comer a McDonald's?" ella desconcertada me pregunta a quién y le explico que había visto a un niño pidiendo dinero. Se lo veía triste, abrazado a su mochila con algunos pesos a su lado, ya no se molestaba en gritar que necesitaba dinero, simplemente estaba ahí, esperando a que el día terminara como siempre.


Nos acercamos y le hablamos, miró con cierta desconfianza pero se dio cuenta de que no le queríamos hacer daño, nos dijo que se llamaba Lautaro, Lautaro Agustín, le preguntamos si quería ir a comer. El restaurante estaba cerca, lo conocía muy bien y no por entrar a comer como los demás niños sino porque es un punto clave para pedir dinero o lo que sobra de la comida de los demás, dijo que sí de inmediato, cuando estábamos por ir nos dijo "hoy es mi cumpleaños" cumplía sus nueve añitos. Por su cara asumí que no había tenido ningún regalo, no estaba feliz de cumplir años, le dije que como regalo podía elegir lo que él quería para comer, en ese momento deseaba con todas mis fuerzas tener más dinero para llevarlo a la juguetería, pero entre el dinero que tenía mi vecina y el que tenía yo, apenas nos alcanzó para pagarle la comida, no llevábamos mucho ya que solo compraríamos un par de cuadernos.

-Desde que era así de chiquito que pido acá con mi mamá- nos contaba mientras caminábamos señalando una altura que podría indicar a un niño de tres años. Mi parte más sensible quería llorar mientras que por otro lado quería hacerlo olvidar al menos por un rato de su realidad.
-¿Tenés hermanos? -le pregunté para que pudiéramos cambiar de tema.
-Sí, cuatro.
-¿Y te peleás con ellos a veces?
-No, nunca...

Entramos a McDonald's y mi vecina fue a pedirle la cajita feliz. Había mucha gente, muchos niños dando vueltas, corriendo, saltando, pero se detenían para ver a Lautaro, quien se daba cuenta del rechazo pero poco le importaba, yo también sentía las miradas, había leído muchos casos en donde al ver niños en situación de calle los echan de muy mala manera, pero él no estaba solo y si alguien nos decía algo lo iba a defender, no nos podían echar de un lugar público. Nos alejamos de la multitud porque era sofocante, me quedé con él mientras mi vecina esperaba y hacía la fila. Comenzó a querer saber más de mí, mientras los niños seguían mirándolo él empezó con su interrogatorio: "¿cuál es tu animal favorito? ¿y tu color favorito? ¿tenés mascotas? ¿algún superhéroe que te guste?" a medida que le iba respondiendo le devolvía la pregunta.

Por fin llegó la comida, el juguete de la cajita feliz sería para su hermanita más chica. Se comió una hamburguesa con papas fritas y una coca cola y de postre un Danonino, habrá comido en cinco minutos todo del hambre que tenía. No decía ni una sola palabra, no sé ni cómo hacía para respirar. "Estuvo muy rico, gracias" dijo cuando terminó.

"Mi prima también se llama Micaela como vos" me dijo cuando nos estábamos por ir, el abrazo que le di cuando me dijo que era su cumpleaños lo voy a llevar siempre en mi corazón, su sonrisa a pesar de todo.
Cuando él sentía que lo miraban mal o se reían simplemente me hablaba y los ignoraba, "me encantan los caballos" me dijo en una oportunidad cuando dos miradas se juntaron, la mirada que rechaza y la mirada de la inocencia, la segunda era más fuerte. 
Lauti volvió al mismo lugar, abrazando a su mochila, sosteniendo el juguete de la cajita feliz y sonriendo, me contó que le diría a toda su familia que había podido comer en McDonald's. Pensaba en mi hermano, casi de su edad y no podía imaginármelo solo, en la calle. Creo que ese día supe que si bien darles dinero no ayuda, el ignorarlos tampoco. Acababa de cumplir dieciocho años, no podía cambiar el mundo, tampoco ahora con veinte, pero cambié el día de un niño y también el mío, supe que no sería la primera vez y que esto, recién empezaba. 

Ángeles volando

Hospital de Luján, Buenos Aires, agosto del 2017.

Un día viendo el perfil de un conocido de Facebook vi la foto de ella, en una camilla típica de hospital, sonriendo, abrazando a sus peluches, juguetes y muñecas, con un peinado infantil y una mirada que iluminaba toda la habitación. Supe que la quería conocer.
Llegué al hospital y no sabía exactamente qué iba a decirle, de qué podríamos hablar, tenía miedo y no sabía cómo comportarme pero todo eso se fue cuando entré a su habitación, la vi, sonriendo como en las fotos, con sus dibujos por todos lados. Tenía cuarenta años pero para mí y para todos, era una niña. No entendía cómo una historia de vida tan alentadora no estaba por todos los medios de comunicación, cómo su sonrisa no estaba en cada diario, en cada programa, ¿por qué nadie hablaba de ella? yo la conocí por casualidad.

Ni bien llegué le di una muñeca especial que aparté para ella de las donaciones para el día del niño, una muñeca de Frozen que cantaba su particular canción "libre soy", ella la conocía y se puso a cantar: "...libre soy, libre soy, no puedo ocultarlo más..." mientras abría sus brazos como si de alas se tratasen. No podía caminar, tenía cáncer en los huesos, pero ella cantaba que era libre. Mis ojos se empañaron y miré para otro lado, me habían dicho que no le gustaba ver llorar a los demás porque si no, también lloraba.
Empezamos a jugar y me contaba cómo se llamaban sus muñecas, una se llamaba como ella, Susanita, a la muñeca que le regalé le quería poner de nombre Libertad y después me dijo "se va a llamar Micaela como vos".
Ella creía muchísimo en Dios, y muchos dirán, "¿por qué Dios no la ayudaba?", y si ella no fuera tan especial y tan llena de luz creo que también se lo hubiese preguntado, pero ella no tenía tiempo para reclamos ni quejas, estaba muy ocupada siendo feliz.
Fui con la idea de darle fuerzas que ni yo tenía para que pudiera luchar contra el cáncer y seguir sonriendo pero las fuerzas me las dio ella a mí. Ella siempre decía "aunque me duelan los huesitos voy a sonreír igual, porque el dolor sigue".
Al escribir cada letra pasan por mi mente tantos recuerdos, su dulce voz cantando, diciendo mi nombre, recuerdo el cuarto lleno de colores, dibujos, ella vendía pulseras en su tiempo libre, le compré dos, una rosa y la otra, le pedí que la eligiera ella, eligió por mí una llena de colores, son mi tesoro más sagrado junto al dibujo que me regaló.
Ese día tomadas de la mano dijimos "amigas para siempre" y nos sonreímos, la recuerdo tan dulce, cerraba los ojos mientras le cantaba y le acariciaba el cabello.

Fui a verla un par de veces más, tenía que conseguir un auto o alguien que me acompañara porque quedaba muy lejos de mi casa. Ella siempre me recibía con un amor inmenso y una sonrisa, una vez llevé la guitarra y cantamos: "...hay ángeles volando en este lugar, en medio del pueblo y junto al altar..." y ella con el piano cantaba y tocaba todas las teclas, "...porque el mismo Dios está aquí..." de a poco se iba aprendiendo la letra y le encantaba. A veces hablábamos por audio por WhatsApp y escuchaba una y otra vez sus palabras, ¿cómo pude querer tanto a alguien en tan poco tiempo?
"Mi mamá me viene a buscar en sueños, me dice: 'Susi vení, vení conmigo' pero no puedo ir" me contó una vez, su mamá ya había fallecido, un nudo en la garganta me impedía responder eso que me contaba con los ojos llorosos. Ella tenía cáncer terminal, no había mucho por hacer.
La promesa seguía intacta, amigas por siempre pase lo que pase, mi niña interior jugaba y era feliz con ella, esa luz y magia invadía todo el hospital, porque ella era más que una enfermedad, más que los dolores o diagnósticos, ella era uno de esos ángeles volando, ella era paz, esperanza, era la inocencia hecha persona.

No pasó mucho tiempo cuando estaba en mi habitación y comencé a cantar la última canción que canté con ella sin motivo alguno, no sabía por qué pero comencé a llorar, a mi mente vino esa niña y algo que no sabía qué era me erizó la piel. "Susi" pensé y entré a Facebook para ver si alguien había publicado algo sobre ella y leí que una de las personas que la cuidaba había publicado que había fallecido. No, no, mi Susi no, ella está bien. La desesperación me invadió y rápido le mandé un mensaje preguntándole por ella, confirmaron lo que había leído y las pequeñas lágrimas que aún seguían en mi rostro desde antes mientras cantaba se transformaron en un sollozo que no me dejaba leer lo que me escribía. Sabía que podía pasar, todos lo sabíamos pero dolía mucho.


Susi, mi guerrera favorita, sos uno de esos ángeles de la canción, sos un ejemplo de fortaleza, sos mi motivación de cada día para la carrera que decidí estudiar, y no hablo del pasado, no digo "fuiste" porque solo muere quien es olvidado y nadie se va a olvidar nunca de vos, de tu risa, de tus abrazos, de tu voz que calmaba todo enojo o mal día.
Vas a estar siempre en mi corazón, y voy a seguir adelante y sonriendo, Susi, porque aunque a veces me duele el alma, el dolor va a seguir, solo queda sonreír y sentir la libertad que está en cada uno de nosotros. Te pude haber alegrado unos días pero vos me alegraste la vida entera y la transformaste por completo. Y la promesa sigue mi niña, no importa lo que pase, amigas para siempre.

Hogar de niños

Hogar de niños, Buenos Aires, enero del 2018.

Recuerdo que de pequeña me imaginaba que los hogares de niños eran como los de Chiquititas o Rincón de Luz, muchos niños deseaban vivir en un orfanato por lo hermoso que te mostraba la serie que era vivir allí. Hace un año conocí uno real.
Me invitaron a visitar a los niños y compartir un rato con ellos, acepté y acordamos una fecha de visita. Había ido a uno de chiquita para dejar unas donaciones pero no lo recuerdo bien.
Mientras estaba yendo con mi mamá a pasar el día me preguntaba cómo sería vivir allí, qué historias tendrían los niños... cuando bajamos del colectivo empezamos a caminar y a buscar el hogar, en mi mente que aún tenía la imagen que Cris Morena puso de los hogares buscaba un cartel inmenso y una entrada colorida y alegre, todo eso nunca existió. Reconocimos el hogar porque de una casa que parecía ser una cualquiera se escuchaban voces y risas de muchos niños jugando, nos miramos con mi mamá y dijimos: "debe ser acá". 

Ni bien entramos nos presentaron a los chicos, quien me había invitado les dijo que estábamos para visitarlos y compartir un rato, un niño de once años respondió diciendo "sí, ya sé que nos vienen a visitar" mirando hacia abajo, rápidamente vinieron todos a ver quiénes éramos, una niña de unos seis años me toco el cabello y me dijo que lo tenía muy largo como Rapunzel y era muy suave, le agradecí mientras le dije que su cabello también era muy lindo, se quedó callada por un instante y tras dudar un poco hizo su primera pregunta: "¿tu mamá te pega?" creo que el motivo de por qué estaba allí se hizo presente los primeros minutos. Le respondí que no, que nadie debe de pegarle a nadie y que ella tampoco debía de hacerlo, se quedó pensando y reflexionando en mi respuesta, no me entendía del todo a lo que me responde: "¿en serio? ¿de chiquita tampoco?" a lo que le digo lo mismo, nadie debe de pegarle a nadie. 
Los niños se turnaban para conocerla a mi mamá y a mí, otra niña de casi la misma edad se acercó y comenzamos a jugar al típico juego con las manos: "mari mari po po mari mari sa sa mari po mari sa mari po sa" le decía "más rápido" y se moría de la risa al ver que ninguna podía, otro niño se acercó y dijo que él también sabía jugar, se sumó y empezamos con otra canción: "choco choco lala choco choco tete choco la choco te chocolate".
Unos niños pegaban, otros mordían, otros repetían constantemente los órganos femeninos y masculinos, y con solo observar la actitud de cada uno podía ver que detrás de cada cosa que hacían había una historia, había un porqué, cada uno tenía un trauma, un dolor, una marca, algo que aprendieron en el pasado y lo repetían ahora.
Dos niñas me hacían trencitas, dividí mi cabello y una estaba de cada lado, peleándose por ver quién era "mejor peluquera".
Había dos piscinas, una para los más chiquitos y otra para los más grandes, jugaron un rato, me tiraron agua y recordé tanto a cuando trabajaba en la colonia que no podía decirles que no.

Llegó la hora del almuerzo, sirvieron los panchos y todos empezaron: "queremos comer, queremos comer", un niño se me acercó y dijo que no podía comer el pancho porque tenía una herida cerca de la boca y tenían que cortarle chiquito así no le dolía... al ver la comida creo que se olvidó porque se habrá comido unos tres panchos. Nos invitaron a nosotras también y comimos con ellos.

Por todos lados escuchaba un: "mirá lo que puedo hacer", uno que se colgaba de la casita, otro que andaba en monopatín sin caerse, otro que pateaba la pelota y la agarraba en el aire, otro que abría los ojos en el agua, otro que se mantenía de pié sobre una parte de la misma casita de juguete, no tenía ojos para mirar a todos a la vez.
Los más chiquitos se fueron a dormir la siesta, y los más grandes se quedaron un rato más en la piscina, una de las niñas, quien no se quiso mojar se sentó al lado nuestro y nos contaba que el padre le pegaba siempre, que extrañaba a la mamá y a sus hermanos, y entre juegos y adivinando de qué color era el juguete nos contaba su historia de vida, todo lo que tuvo que pasar siendo tan pequeña.

Después vinieron unos niños con un juguete grande en la mano y cerrando las dos manos me decían "¿en qué mano está?" se veía claramente en cuál estaba pero a veces le decía la mano equivocada para que se rieran y dijeran "no, acá está, ¡gané!"

Un niño de once años, del que hablé antes, tenía un comportamiento que me llamaba la atención, pocas veces te miraba a los ojos y te hablaba tanto de un tema en particular que parecía saber absolutamente todo, pregunté si estaba diagnosticado con autismo o algo similar y me dijeron que le hicieron tests psicológicos pero lo de él, solo eran traumas.

Vi niños viviendo en un ambiente en donde ya no hay violencia, en donde ya nadie los maltrata, pero vi niños con traumas, con marcas emocionales difíciles de superar y niños carentes de amor de una familia, niños que esperaban años para ser adoptados. Niños que fueron separados de sus hermanos dejándolos en el hogar y adoptando solo a quienes eran bebés.
El caso de un niño que en sus cuatro años de vida no salió nunca a la calle, la madre lo tenía solo en el corralito para bebés, y cuando salió por primera vez y durante mucho tiempo, solo temblaba, con cuatro años no decía ni una palabra. Otro niño que fue abusado sexualmente por su padre, quien tiene VIH, por suerte el niño no fue contagiado.

Un niño muy entusiasmado me comentó que ya tiene una familia, ya tiene a alguien que lo quiere adoptar. Los niños merecen y necesitan una familia. Muchas parejas buscan solo bebés pero los más grandes también necesitan protección, consuelo, amor, que en un hogar, si bien pueden darle un techo, comida, juguetes, no pueden prestarle la misma atención ya que son muchos.
Quienes trabajan ahí deben tener un amor y una paciencia incondicional para poder controlar algunos casos, los niños no son malos, solo repiten lo que vivieron durante años. Pensé que después de ver cómo es tener un hogar en realidad, el esfuerzo que hay que poner, no querría saber de nada. Pero al contrario, más ganas me dieron para luchar por una niñez sin abusos, sin maltratos, más ganas me dieron para seguir luchando por esa infancia sin dolor. Sé que ellos van a poder romper ese ciclo de violencia y salir adelante.