martes, 28 de abril de 2020

¿Por qué no deberías de forzar a tus hijos a dar besos y abrazos?

¿Sabías que obligar a los niños a dar besos para saludar, despedirse o por la razón que sea, es un gran predisponente al abuso sexual?
Cuando obligamos a un niño o niña a dar (o recibir) un beso, el mensaje que le estamos dando es que, frente a los adultos o cualquier figura de autoridad, él o ella no tienen derecho a decidir sobre su cuerpo y se tienen que aguantar las sensaciones de incomodidad que les provoquen ciertos contactos. Así, estamos dejando el terreno fértil para que el niño o niña ceda ante las peticiones de un abusador, quienes por lo general son miembros de la familia, conocidos o amigos cercanos.
Es mejor que enseñemos al niño o niña alternativas para saludar y despedirse, que sean respetuosas de su derecho a decidir sobre su cuerpo y espacio personal. Si desde niño se le obliga a demostrar cariño, aunque no lo sienta, en caso de estar en una situación de abuso no podrá saber si está mal ya que nunca fue educado para decidir sobre su cuerpo, que solo es suyo.

Saludar y despedirse de mano (como hacemos los adultos en contextos más formales) o a distancia con la mano, son algunas de las alternativas en las que se respeta su espacio personal y su derecho a decidir sobre contactos más íntimos como un beso; después de eso, pueden dar o recibir un beso o un abrazo, pero si y sólo si el niño o niña, quiere. También pueden saludar diciendo simplemente: "buenos días", "buenas tardes".
Definitivamente, los besos y los abrazos pueden ser maravillosos, cuando los damos porque nos nace. Protejamos a los niños y niñas y permitámosles dar besos y abrazos porque les nace y no porque se les obliga.

No se trata de criar niños maleducados o antipáticos sino conocedores de sus derechos. Es muy común el "saluda a tu abuelo/a, dale un beso", "si le das un beso a tu tío te da el regalo, si no, no te da nada". Muchas veces esas frases se dicen con el fin de que el niño o niña mantenga una relación más cercana con sus familiares y amigos, y puede parecer una exageración para muchos, pero, si son obligados a demostrar cariño a cada rato, ya sea por regalos o porque se les llama la atención si no lo hacen, son más vulnerable ante situaciones de abuso. Lamentablemente no siempre un beso es una muestra de amor, a veces puede ser un arma letal y para que puedan distinguirlo, deben de estar informados. 

lunes, 27 de abril de 2020

En una clase virtual vi la realidad de mi "alumno problemático"

"Los niños son maestros que vienen a enseñarnos con sus acciones y emociones, son una guía para nuestro despertar"

Mi nombre es Patricia y soy docente. Trabajo en una escuela primaria de Argentina y este año me asignaron para trabajar con tercer grado, es decir, niños de aproximadamente ocho años. El primer día de clases todos estaban muy ansiosos por conocerme, saber cómo sería el año, y lo que más les preocupaba a mis alumnos: saber si dejaba tarea. Mi respuesta fue sí, y mucha, a mi clase no se iba a perder el tiempo y ellos debían de saberlo desde el primer día.
A la hora de anunciar qué grado le correspondería a cada docente quienes habían sido mis alumnos antes suspiraron aliviados al saber que no estaría con ellos nuevamente. A los niños de ahora les gusta perder el tiempo, no entregar los deberes, no leer absolutamente nada. Si la tarea era para el miércoles y ese día no estaba completa no había un: "perdón seño" ni excusas que me conmovieran, desde pequeños deben de saber lo que es la responsabilidad, si no, ¿qué les espera para la secundaria? ¿o para la universidad?

Lamentablemente se tuvieron que suspender las clases presenciales y adaptarlas a una modalidad virtual por todo lo que está pasando en el país, la cuarentena era obligatoria. De inmediato me puse a buscar materiales para mandarle a mis alumnos, agradecí que hayan dado netbooks en las escuelas así no tendría que estar viendo cómo hacer con las fotocopias y demás cosas. Todo era más simple así.
Empecé a preparar las diferentes actividades y ellos las iban entregando mucho antes de la fecha estipulada. Pero no todo era perfecto. Estaba Agustín. Quien me volvía loca desde las clases presenciales, las pocas que hubo. Él no tenía ocho años como los demás niños sino que ya tenía diez. Había repetido de grado en dos ocasiones y ni así podía entender lo que explicaba. No estaba quieto nunca, ante la más mínima provocación o chiste de sus compañeros respondía con golpes e insultos, algo que en mi clase no se tolera. En los recreos era lo mismo, incluso a sus compañeras las golpeaba si no hacían lo que él quería.

Las clases virtuales no fueron muy diferentes, rara vez entregaba un trabajo y cuando lo hacía estaba incompleto o mal hecho. Ese niño realmente era un verdadero problema. Un niño problemático.

Decidí optar por una videollamada en donde todos nos viéramos, vi que muchos utilizaban Zoom, un sistema de reuniones virtuales, así que les mandé un mail a mis alumnos con el enlace, la fecha, la hora y pedí puntualidad ya que la clase no duraría mucho, solo sería para aclarar algunas dudas. Quien no se conectara tendría falta y lo tendría en cuenta para la calificación general.

Para mi sorpresa todos se conectaron, incluso Agustín. Estuvieron aproximadamente quince minutos riéndose, intentando conectar bien la cámara y el micrófono, haciendo chistes, mandando emojis, hasta que por fin di por finalizada la etapa de saludos y pedí silencio. Todos estaban mirando con atención la pantalla y escuchando mis indicaciones para las próximas actividades. Cada tanto se escuchaba a un perro ladrar, una risita de fondo, alguna mamá o papá que los llamaba, a lo que respondían entre risas: "¡estoy en clase virtual!

Pedí que apagaran sus micrófonos pero pocos sabían cómo hacerlo. Así que se seguía escuchando, el ruido de la televisión, más perros, y por ende, más risas y distracciones. Suspiré y me callé por un instante.
En ese silencio pude escuchar algo más que sonidos de ambiente normales de un hogar, escuché gritos, llantos, súplicas por parte de una mujer a lo que parecía ser su esposo. Pregunté de dónde venía ese ruido, quién estaba hablando, y en una sola voz todos respondieron: "viene de la cámara de Agustín, seño".
Agrandé su pantalla para ver mejor y ahí estaba como siempre, con la mirada perdida, seguramente no había escuchado ni un poco de la clase. Los gritos seguían. Él parecía no moverse. Hasta que reaccionó ante el primer sonido que pareció una especie de golpe gritando: "¡papá, por favor basta!"
Los demás niños se quedaron quietos, asustados diría yo, ya nadie reía ni hablaba. Quise interferir y hablarle a Agustín pero parecía no escucharme. Era una verdadera situación de violencia familiar.

En los gritos de su progenitor podía oír las palabras de Agustín en clase, los insultos de su padre eran los que él decía.
Finalicé la clase y me comuniqué con la escuela, quien a su vez se comunicó con las autoridades. Era lo mínimo que podía hacer.

Niño problemático... resonó esa frase en mi mente luego de todo esto. ¿Quién tenía problemas realmente? Agustín de seguro no. Él solo era un niño como todos, con ganas de aprender, jugar, pero atravesando por una situación que impedía que pudiera desarrollarse y crecer en un ambiente sano y libre de violencia.

Él repetía de año escolar para que aprendiera matemática, literatura... pero jamás iba a poder avanzar, porque nadie le estaba enseñando lo esencial para la vida: el respeto, el amor, la paciencia... la escuela, yo, le estábamos fallando al juzgarlo y gritarle por su mal comportamiento en vez de averiguar qué sucedía.

Creí que la cantidad de años ejerciendo eran suficientes para saberlo todo sobre la educación, pero Agustín, de diez años, me enseñó muchas más cosas. Él nunca fue el problema. 

domingo, 26 de abril de 2020

Niños preocupados por su peso: cada vez a más temprana edad

Hace unos meses mientras esperaba mi turno para comprar en la farmacia vi que entraban unas niñas de aproximadamente seis y siete años, seguramente compañeras de escuela, estaban acompañadas por una mujer que al igual que todos, se sentó a esperar su turno para comprar. Era de esas típicas farmacias en donde hay una balanza en donde podés saber tu peso de forma gratuita, aunque casi ninguna anda del todo bien. En ese lugar habían dos. Las pequeñas se acercaron a la primera que vieron y recordé cómo a su edad, para mí también era divertido jugar con la balanza, ver cómo subían o bajaban los números si me movía, o solo ponía un pie, era una rara forma de entretenerse cuando hay mucha gente y no hay nada interesante para ver. En principio no me llamó la atención porque a esa edad, la inmensa balanza es un juego. Pero para las niñas era más que eso, la niña más grande -o más alta, no lo sé- fue la primera en pesarse, lejos de saltar o jugar a que cambien los números se quedó quieta esperando a que se quedara en un número fijo. Dijo su peso en voz alta y se bajó. La segunda niña hizo exactamente lo mismo y festejó al ver que su peso era menor que el de la otra niña, la tercera fue otra niña casi de la misma estatura y contextura física, quien si mal no recuerdo, pesaba casi lo mismo. Llegaron a la conclusión de que la primera niña, la más alta, era gorda.

Mi mente estaba en aquella conversación que estaba lejos de ser infantil y libre de preocupaciones. Todas las niñas se veían saludables, pero obviamente el peso varía dependiendo la altura y contextura física, aquello parecía una competencia. Volvió a pesarse esta vez sin reírse, quería confirmar su peso, al ver el mismo resultado todas parecieron recordarle que había "perdido".

No pude sacarme esa conversación de la mente, aun en mi casa seguía reflexionando sobre lo que había visto y escuchado. ¿Por qué unas niñas tan pequeñas estaban preocupadas por ser delgadas? ¿por qué competían? ¿le harán bullying? Luego de hacerme miles de preguntas llegué a la que más me dejó pensando, aquella niña, que se sintió humillada y perdedora por tener unos kilos más que las otras niñas, ¿haría algo para cambiar o solo quedaría en un mal momento? Deseé con todas mis fuerzas que solo fuera un recuerdo y que no creyera que debía adelgazar.

Si los dibujos animados incentivan a los niños a comer saludable, si en las escuelas les hablan de la importancia de tener una alimentación balanceada, ¿de dónde sale la idea de que la delgadez es sinónimo de belleza o triunfo? Está claro que las mismas Barbies tienen cuerpos un poco alejados de la realidad pero, ¿la culpa la tienen solo las muñecas?

Los invito a preguntarse y a reflexionar: ¿cuántas veces al saludar a una persona le decimos que está más delgada y por ende, más linda aunque no haya pedido nuestra opinión sobre su cuerpo? ¿cuántas veces le dijimos a un niño o niña que están más altos y flacos, felicitándolos por eso? ¿o bromeamos al ver a un niño con sobrepeso diciéndole al despedirnos "hay que dejar los postres"?
Pueden ser comentarios sin importancia para nosotros, pero no para la persona que los recibe, sean adultos o niños. Ellos parecen no escuchar las conversaciones que tienen los adultos pero la mayoría de las veces sí están prestando atención y cada palabra queda guardada en su mente. Cada vez niños más pequeños se preocupan por estar delgados, creyendo que eso es sinónimo de belleza, muchos escuchan comentarios sobre dietas y ejercicios y por su corta edad, no saben interpretarlos bien.

Es sumamente importante incentivarlos a tener una alimentación saludable, pero evitando causarles una preocupación excesiva, cuidando así lo que decimos, así sea en broma, burlarse o criticar el cuerpo de un niño o niña es jugar con su autoestima. Necesitamos niños seguros, no acomplejados. 

sábado, 25 de abril de 2020

"Me quiero contagiar, así me voy de casa": niños encerrados con su abusador

Jazmín tiene seis años. Este año empezó la escuela primaria. Estaba muy entusiasmada ya que su nueva escuela tenía jornada completa, es decir, estaría casi todo el día allí.
Se levantaba muy temprano para salir lo antes posible y a la salida, cuando la iba a buscar siempre me decía que quería que fuera el día siguiente para volver. Me alegré de que se adaptara tan rápido, para muchos niños es difícil empezar la primaria, son más horas, más tareas, más estudio... pero Jazmín estaba encantada.
Lamentablemente su felicidad por estar en una nueva etapa desapareció de un día para el otro. Los niños dejarían de ir a la escuela. El virus que empezó en otro continente había llegado a nuestro país.

Luego llegó la cuarentena obligatoria y no solo los niños se quedaban en casa, todos debíamos de estar encerrados.
Ella estaba fastidiosa, enojada todo el tiempo y lloraba por todo, intenté replicar lo que hacen en redes sociales, incentivarla a que cocináramos algo rico, a hacer manualidades, a seguir aprendiendo por Internet pero nada parecía gustarle. Todos estábamos angustiados.

Es complicado estar en casa todo el día y más porque no solo vive conmigo y con su papá, sino que mi hermano mayor, el tío Lucas, había venido de vacaciones unos días y con todo esto tuvo que quedarse más tiempo. Él siempre la molestaba haciéndole cosquillas o le agarraba de los cachetes, algo que Jazmín detesta.

Hace unos días se me acercó y me preguntó sobre una noticia que estaban dando, en donde decían los muertos que había ya en nuestro país, me preguntó qué pasaría si a ella le pasaba eso, a lo que le respondí que seguramente estaría en el hospital unos días pero se pondría bien.

Su respuesta fue como un balde de agua fría para mí: "entonces me quiero contagiar, así me voy de casa". ¿Prefería estar enferma? ¿En un hospital?
Le expliqué que no sabía lo que decía, que estaría sola, que ni siquiera nosotros como familiares podríamos verla, pero me di cuenta de que la que no sabía nada era yo.

"Al menos el tío Lucas ya no me obligaría a jugar a tocarnos el cuerpo".

Como este caso hay millones, y muchos dentro de sus propios hogares, donde deberían de estar seguros. No dejes de cuidar a los niños porque ahora están "protegidos" en sus casas, en la mayoría de los casos, el abuso ocurre en la casa de la víctima. Ahora más que nunca hay que hablar con ellos de prevención y en caso de sospechar o saber de algo, poder denunciar.

Protejamos a los niños, pero no solo del virus.

viernes, 24 de abril de 2020

Aunque haya "problemas peores" tengo derecho a estar triste


Cuando le contamos un problema que tenemos a un amigo, familiar, solemos escuchar mucho esa frase: "hay personas que la están pasando peor". Y no digo que no tenga razón, de hecho está en lo cierto, si estamos pasando por una enfermedad siempre habrá alguien más enfermo que nosotros, si tenemos problemas económicos en algún lugar del mundo alguien puede llevar días enteros sin comer... pero, ¿el que otras personas estén en situaciones más difíciles disminuye nuestro dolor? ¿cómo debe de consolarme el dolor ajeno?

Sí, sé perfectamente que hay personas muriendo en los hospitales, en las guerras, y aunque mi dolor pueda sonar insignificante no lo es, porque duele de todas formas. Sería una ridiculez no poder expresar nuestras emociones porque comparamos nuestro sufrimiento con el del otro. Incluso pasando por la misma situación no es lo mismo, porque cada persona es diferente y lo afronta de maneras distintas. 


Nos hacen creer que no tenemos derecho a sentirnos tristes y cuando esa frase llega a nosotros además de no consolarnos en lo absoluto nos hace sentir egoístas y desagradecidos. Se habla de la importancia de desahogarnos y a la hora de hacerlo nos mandan a guardar nuestras emociones. 
Muchas veces se dice esta frase con el fin de ayudar pero pocos se ponen a analizarla antes de decirla, y es justamente la falta de empatía, el no saber ponerse en el lugar del otro. Se entiende que su fin es decirle a la persona que tiene motivos para estar alegre, pero no se puede estar todo el tiempo feliz y sonriendo, somos seres humanos y tenemos sentimientos, sentir tristeza, bronca, es completamente normal y sano, lo que no es sano es guardarse esas emociones. Hay mil maneras de hacerle sentir a esa persona que no está sola y que tiene mucho por lo que salir adelante, y no es precisamente describiendo los dolores ajenos. Con decirle que cuenta con tu apoyo, que vas a estar si lo necesita, que estás para escuchar todo lo que tenga que decir es suficiente. 

Es sumamente importante respetar el dolor ajeno, no hacerle sentir culpable a la gente por no estar alegre todos los días, porque al fin y al cabo, la vida es eso, momentos alegres y otros no tanto. 
Muchos dirán que no sirve de nada quejarse pero para mí sí, porque nos sacamos la bronca de adentro. Enojarte con la vida a veces, quejarte, estar triste, llorar, no te hace débil ni desagradecido, te hace humano.