miércoles, 6 de julio de 2022

Secuelas del abuso: mi experiencia con la anorexia nerviosa

Año 2020. En mi peso más bajo: 

"Tengo hambre" me decía para mí misma en un llanto desconsolado. Pensaba en la gente que me llama desagradecida porque teniendo la heladera llena estaba torturando a mi cuerpo privándolo de comida sin ver la cantidad de personas que pasan hambre porque realmente no pueden comprar comida, y también pensaba en que ellos no entienden nada y en que tampoco quería ni podía explicarlo, porque tenía hambre y mi mente no podía pensar en otra cosa. Los minutos pasaban y mi desesperación iba en aumento, el llanto no cesaba y solo podía pensar en el kilo de helado que habían comprado el día anterior o en el pote de dulce de leche sin abrir. Compraron una marca nueva de pan y a nadie de mi familia le había gustado, en ese momento fantaseaba con poder acercarme y tomar una rebanada, ponerla en la tostadora y tener cerca ese aroma tan característico del pan tostado, untado con dulce de leche o mermelada... ¿de frutilla o durazno? Me acerqué a la heladera y abrí el freezer, vi el helado y abrí el pote para observar más de cerca, crema americana, dulce de leche y vainilla, lo acerqué a mi nariz y pasé lentamente mis dedos por los bordes, llevando ahora a mi mano hacia mi boca. La alejé de inmediato, si sentía el gusto cortaba el ayuno y la ansiedad aumentaría, me lavé las manos y guardé el helado. Me felicité a mí misma intentando convencerme de que no necesitaba de esa comida basura. Solo es azúcar. En ningún lado dice las calorías y ese día estaba estrictamente calculado para que consumiera trescientas y así lo había hecho, no podía arruinar todo de noche, a oscuras, sola y en ese estado. Si alguien me viera, ¿qué pensaría? Esta loca que no se puede controlar. O eso pensaba de mí misma. Control. Eso necesitaba. No había pesado los arándanos ni las hojas de lechuga para terminar el día con helado. No. 

Lloraba y mi mente me hacía recordar toda la comida que había, me pedía a gritos que fuera a buscarla. O quizás era mi cuerpo quien me lo exigía. 
"Si tan solo pudiera comer sin engordar no estaría así de triste" pensaba mientras buscaba otro pañuelo. "Mentira, siempre estás así, solo que llorar por tener hambre duele menos" me respondía en un estado de desesperación total. Recordé las noches anteriores, también llorando y con el estómago lleno, en esos instantes recordaba todo con intensidad, el pasado me dolía, el presente lo odiaba y el futuro me daba miedo, sentía todas las emociones que cuando tengo hambre, no existen o no me importan. No tengo amigos, él me arruinó la vida, y nadie hizo nada, no tengo a nadie para contarle cómo me siento, otra vez tuve pesadillas... sentía la soledad, el miedo, el abandono, la tristeza, la decepción... pero en ese momento en el que había dejado el helado y estaba de nuevo en mi habitación solo sentía una cosa: hambre. 




Actualidad

No recuerdo tener una buena relación con la comida ni con el ejercicio después de mi adolescencia. Específicamente después de los 11 años. Recuerdo que como toda niña casi adolescente comencé a crecer y no solo de altura, tenía más caderas, piernas, era niña pero dejaba de serlo cada día un poco más y no era algo que me afectara tanto. A diario me decían que me veían más grande y me daba lo mismo, es como si me dijeran que el corte de cabello me quedaba bien o que la ropa que usaba estaba linda, solo repetía un "gracias" y seguía mi día, ningún comentario afectaba mi día. Al menos no de los desconocidos. Pero llegó su comentario, su opinión sobre mi cuerpo. 

"Por fin estás dejando de ser puro hueso, ahora tengo dónde agarrar, me gusta más así". 

A quien había abusado de mí toda mi infancia le gustaba mi inevitable cambio, le gustaban mis piernas, le gustaba que no fuera "puro hueso", así lo prefería y quizás el abuso empeoraría. "Estoy gorda, tengo que hacer algo" pensó mi mente infantil. 

De a poco dejaba de comer, escupía la comida en las servilletas y me iba al baño de inmediato, jugaba con la comida y la distribuía alrededor de todo el plato para que pareciera que comí, me interesaba ayudar en la cocina y a servir así mi plato tenía lo menos posible. El abuso siguió. Comencé a comer en exceso y escuche "bulimia" a los 14 años. Ya sabía de calorías y dietas. 

Creían que mejoraba porque bajaba de peso pero era ir de un trastorno de la conducta alimentaria a otro, bulimia, anorexia, trastorno por atracón... un bucle que dejaba confundidos a todos y por supuesto, a mí también.

Incluso cuando el abuso cesó yo seguía y mi obsesión por querer desaparecer aumentó, pasando de 78 kg a 36 kg en un año. Calorías estrictamente calculadas, horas de ejercicio hasta sentir que me desmayaba, bebidas energizantes, sueños con comida, obsesión por la cocina y por alimentar a otros menos a mí, pesarme más de diez veces al día, tomarme las medidas diario, sentir que había una recompensa o un castigo, ayunos, ansiedad, insomnio, restricción... mi vida se basaba en sobrevivir mientras quienes me habían visto con obesidad me felicitaban por mi "fuerza de voluntad".

Mucho té, mucho café, mucha agua, había que engañar al cuerpo y a la mente, mañana sería otro día y podría desayunar las pocas calorías que me permitía. Estaba sola. Nadie lo entendía. Pero llegué con un equipo de nutricionista, médica clínica y psicóloga que me dieron un poco de esperanza, aunque no supe aprovechar la oportunidad ni la ayuda, a pesar de todo, seguía bajando.

"Anorexia nerviosa" dijo mi médica clínica junto con mi nutricionista en una misma voz cuando enojada grité que no había ningún diagnóstico y que no era para tanto cuando nombraron la internación. El tratamiento ambulatorio no estaba funcionando. 
Me negué rotundamente y abandoné todo por el temor a que me obligaran y me internaran. 
No había estado tantos meses casi sin comer para que en el hospital me dieran todo lo que tenía prohibido. Estaba logrando lo que quería y no, no era morir por inanición sino desaparecer, ser pequeña. Aquellos comentarios como: "estás muy mal, te ves horrible", "así nadie se va a fijar en vos", "sos puro hueso", "tu cuerpo no tiene gracia" me alimentaba, no quería adelgazar para gustarle a alguien sino todo lo contrario, para que mi cuerpo nunca más fuera visto.

"Estoy segura de que no hacés esto para que te quede bien la bikini para ir a la playa, hay algo más" me dijo la primera vez que vi a mi nutricionista y me quebré en llanto. 
"Es que no podés perder más grasa, mi amor, es músculo, no queda grasa" dijo mi médica clínica en una ocasión mientras el llanto no cesaba. 

Cada vez veía un hueso más y por raro que suene, sentía que estaba logrando mi objetivo de desaparecer y que era puro hueso, tal y como él odiaba. Al pensar todo el día en calorías, comida, recordaba el abuso como si le hubiera pasado a alguien más, solo sentía hambre. Antes soñaba con el abuso, tenía pesadillas constantes, flashbacks y esos sueños dejaron de ser sobre él para soñar que comía en exceso. "No, solo fue una pesadilla, llevo 48 hs de ayuno" me decía para tranquilizarme. 

Las secuelas de un abuso sexual son muchísimas, entre ellas un trastorno de la conducta alimentaria, es una tortura realmente pero a su vez increíble lo que hace la mente para poder protegernos. Todavía sigo luchando contra eso aunque lleve años. La voz de la anorexia no tiene vacaciones en mi vida. Nunca se va. Muchos siguen comentando sobre mi cuerpo, si adelgazo o si engordo, como si no pudiera verlo, como si no tuviera un espejo, una balanza y una cinta métrica en mi casa. 
Por favor, no hablemos de cuerpos ajenos, no sabemos por qué están cambiando su aspecto físico. Puede haber mucho detrás y nuestro comentario puede incluso alimentar al TCA y seguirlo fomentando. 

Mi instagram: @MicaKuudere