domingo, 28 de julio de 2019

Abrazando la infancia desprotegida

Hace tiempo venía pidiendo donaciones y ayuda para un evento que quería hacer al aire libre para los niños que están en situación de calle, son de bajos recursos o están en situaciones vulnerables. Lo que veía inalcanzable fue posible. Se hizo esa fiestita.
Estaba nerviosa. No lo voy a negar. Tenía todo preparado, los juguetes, golosinas, habíamos alquilado los peloteros, teníamos el almuerzo, también para la merienda, había conseguido un disfraz que me gustaba, el día estaba hermoso... pero de todas formas tenía ese nudo en el estómago. Cuando llegara, ¿qué iba a hacer? ¿se supone que debo de hablar con voz chillona por estar disfrazada? ¿tengo que contar chistes? No, no era la primera vez que me disfrazaba para repartir juguetes y golosinas pero sí la primera vez que estaba con tantos niños juntos y tanto tiempo, ¿cómo los iba a entretener? ¿y si se aburrían? todas esas preguntas pasaban por mi mente mientras viajábamos todos apretados por la cantidad de cajas que había.

Llegamos y vi que la calle ya estaba cortada y los peloteros inflados, miré la decoración, todo lleno de globos, las mesas con comida, los niños que ya habían llegado y se acercaban a preguntarme si iba a jugar con ellos. Quise ayudar a bajar las cajas del auto y me dijeron que no, que fuera a jugar.
Una niña me preguntó a qué íbamos a jugar, la persona que iba a ayudarme con los juegos no fue y mi mente estaba en blanco.

-¿A qué les gustaría jugar? -les pregunté para que me dieran ideas.
-¡Al fútbol! ¡a la mancha! ¡a las escondidas! ¡a la carrera! -respondía cada niño en una misma voz hasta que no entendía qué decían.

Fuimos al campo que estaba en frente y le dije que hicieran una carrera, todos en fila para no hacer trampa, primero los más grandes y después lo más pequeños.

-En sus marcas... listos... ¡FUERA! -les grité y comenzaron a correr. -¡Vamos! ¡A ver quién gana!

Un niño de aproximadamente dos años se había sumado a la carrera antes de tiempo y decía haber ganado. No me decía su nombre, no hablaba mucho, así que lo llamé el "fan de las burbujas" por anécdotas que pasaron minutos después.
Trajeron dos burbujeros, uno para mí y otro para la otra payasita que me acompañaba, Laura. La emoción de cada uno es inexplicable, cada vez que hago estas cosas las burbujas son la mejor opción, aunque quizás sea lo más simple. El niño "fan de las burbujas" es quien más loco se volvía cada vez que salían más, pero se enojaba porque por su pequeño tamaño todos llegaban a explotarlas antes y él no podía, así que tiré algunas a su altura y era el más feliz.

Salimos del campo y fuimos a la fiestita de nuevo y vi que había una niña en silla de ruedas mirando las burbujas, le pregunté su nombre y no me respondió, solo me miraba, quien la acompañaba me dijo: "se llama Milagros", tendría aproximadamente diez u once años, no podía mover bien los brazos y tampoco hablar, pero sus ojitos me decían todo, ella también quería jugar. Tiraba burbujas lo más alto posible y con el mismo burbujero las atrapaba de nuevo y se lo mostraba, ella ponía la mano y explotaba las burbujas y por primera vez vi su hermosa sonrisa.

Los niños comían panchos (hot dogs) mientras saltaban en el pelotero, Azul, una niña de cinco años, quien me perseguía a todos lados tenía un plato lleno de papas fritas, dije que tenía hambre, de los nervios no había podido comer, me convidó algunas papas fritas y yo moría de ternura.
Todos los niños tenían un número porque al final del evento habría un sorteo, muchos perdían el número, entre ellos, Azul, a quien le dije que lo dejara en el bolsillo pero a cada rato lo miraba. En una ocasión se me acercó para decirme que lo perdió, le pregunté qué número tenía y tras pensarlo me dice: "este" mientras dibujaba en el aire. A partir de ese momento les escribieron los números en la mano porque los perdían.

Repartimos pulseras de colores, globos, y cuando llegó la hora de repartir los juguetes y golosinas hicimos un concurso de baile, había dos vestidos de princesa que todas querían, pero a muchas les iba a quedar muy grande. Empezamos a bailar y yo improvisaba, después bailamos la típica canción de Piñón Fijo "Chu chu ua".
Terminando la canción vi el vestido y era para niñas de aproximadamente diez años, así que pregunté, ¿quién tiene nueve o diez años? y todas levantaron la mano, incluso Azul, de cinco. Vi a Candela, quien había seguido cada uno de mis pasos de baile, jugado a la carrera, con las burbujas, era su talle y me miraba con entusiasmo y cuando le dije: "para vos, Cande" su emoción era contagiosa. El segundo vestido fue para una niña que lo miraba con ansias pero su carita era triste, era muy tímida y si bien jugaba como todos, necesitaba un poco de alegría y cariño, la elegí a ella y sonrió por primera vez.

Cande ya se había probado el vestido ni bien lo recibió. Azul, prima de Cande desde su pequeña altura me estiraba la ropa mientras me decía: "¡payasita, payasita!" bajé la mirada y me dice "espero crecer rápido como Cande así me presta el disfraz".
Muchos niños habían llegado solos, y también se iban solos, "a muchos padres ni les importa lo que hacen los hijos" dijo una de las personas que me ayudaba y los conocía.

Cuando llegó la hora de repartir los juguetes todos enloquecieron, hicimos que hicieran una fila e íbamos armando bolsas con juguetes dependiendo de la edad y también con golosinas.
En 5 minutos había un montón de envoltorios de golosinas, todos comían en el momento.

En un momento me taparon los ojos y me hicieron poner las manos adelante y pusieron una bandeja, cuando pude ver había una torta (pastel) con el nombre de mi página y todos los niños aplaudían, traté de hacerme la fuerte para no llorar.
Cortamos la torta y repartimos chocolatada, el mismo niño "fan de las burbujas" quería un vaso de chocolatada pero era muy pequeño, le dije que no corriera porque se le iba a caer, y que tuviera cuidado porque estaba caliente todavía, me morí de risa y de amor cuando lo vi siguiendo mis consejos al caminar como una especie de robot cuidando más la chocolatada que cualquier cosa, caminando bien despacito con sus pies descalzos.

Azul se sentó a tomar la chocolatada y empezó a hablarme, de sus sueños, de lo que quería ser de grande, bombera o policía.

-¡Me encanta el pelotero de princesa! -me decía sonriendo -y también la pulsera que tiene luces, a mí me da miedo la oscuridad de noche pero ya no voy a tener miedo si tiene luz, después voy a jugar con el juguete que me regalaste, cuando esté sola, porque después si hay más chicos lo rompen. ¡Qué pelo largo tenés! -me decía sin dejar de hablar.

Estoy más que agradecida con todos los que hicieron esto posible, fueron más de cien niños, y fue un día hermoso para todos, nos divertimos, jugamos, bailamos, hubo regalos para todos, me contagiaron esa alegría que tienen y volví muy cansada pero feliz. Valió la pena el esfuerzo de cada uno, de quien donó, decoró el lugar, ayudó a repartir la comida, prestó su casa para hacer la chocolatada y panchos.

-Por... una... infancia... sin... dolor! - leyó Candela en la bandera, me miró y sonrió dijo- qué lindo, gracias, me divertí mucho.

Esto recién empieza, cuando mis fuerzas se estaban agotando llegan estos proyectos que me devuelven la alegría. En este proyecto muchos dieron su granito de arena que les parecía poco, pero, ¿vieron lo que logramos todos juntos? ¡es inmenso!