Me escapé con mi hija de madrugada y canto en los trenes 💔
-Tengo miedo, mamá -Me dijo mi hija Samantha de apenas 9 años cuando le estaba dando un beso de buenas noches.
-¿De qué, mi amor? ¿Todavía crees en los monstruos? -bromeé.
-No, mami, ahora llega papá del trabajo y yo lo escucho, te grita, escucho golpes, te dice cosas muy feas y no puedo dormir -Me respondió angustiada.
-Él no es malo, tiene mucho trabajo y... -paré un instante- solo está cansado.
-¿Te cuento qué deseo le pedí al diente de león que vi en la escuela hoy? -Me preguntó cambiando de tema.
-A ver... mejor, hablemos de cosas lindas. -Respondí.
-Tener alas para escapar de papá.
Sentí una presión en el pecho, mi cuerpo estaba inmovilizado y no había palabras para tremendo balde de agua fría. Tan niña. Debería de haber deseado algún juguete.
Le di un beso y esperé a mi esposo, quien llegó como todas las noches, borracho. La discusión fue la misma y solo podía pensar en que mi niña estaba escuchando todo. Luego de las humillaciones se cayó del cansancio y sabía que por unas horas no iba a despertarse.
Entré a la habitación de Sammy y vi que lloraba tapándose para no hacer ruido.
-Sammy, mi amor, saca todo lo de la escuela de tu mochila y guarda ropa y tu peluche favorito, nos vamos. -Le dije susurrando.
Ella asintió y yo hice lo mismo en una valija medio rota que guardaba. Guardé documentos, una vieja guitarra, papeles importantes, un poco de ropa, de ahorros y nos fuimos en plena madrugada.
Con los ahorros pude pagar un pasaje a un lugar lejano, elegí cualquiera, al azar. Lejos. Y alquilé una pequeña habitación para estudiantes. Era pequeño pero era nuestro.
Eran vacaciones, mi niña no tenía clases y diario me acompañaba desde temprano. Cantaba en los trenes con mi guitarra vieja pero que aun sonaba fuerte. Mi hija me aplaudía con fuerza luego de cada canción y a veces se sumaba al canto, lo que hacía que la gente diera más dinero.
A veces pensaba en lo que había perdido mi Sammy, sus amigas, sus juguetes, sus clases de danza, su casa más grande, la comida asegurada cada día... y en una canción mi voz se quebró.
-Voy... por el tren del cielo... -cantaba la canción de la Sole con la voz quebrada- perdón, no puedo... -exclamé con vergüenza.
Mi niña que estaba aplaudiendo se detuvo y por primera vez, me vio llorar.
-Perdón, Sammy... no merecés estar acá... -dije sacando todas las lágrimas en las que me fui ahogando.
Los pasajeros se quedaron en silencio y Samantha pasó a donde estaba yo con mi guitarra y mi voz y ella tomó la palabra.
-Vuelo por los cielos con las alas de mi corazón... -cantó- vuelan los que pueden, volar con la imaginación -continuó- mamá, ¿por qué lloras? soy la más feliz del mundo, me cumpliste el sueño y no solo viajo todos los días sino que ahora volamos lejos, lejos de papá, somos libres, comemos sin miedo, vamos a dormir tranquilas, ya nadie nos grita, nadie nos pega... -su voz era fuerte, poderosa.
La gente comenzó a aplaudir.
-Ven, que nos lleva el viento... -comencé a cantar suave-
-¡Arriba las palmas! ¡Somos libres mamá! -Gritó mi Samantha.
Ahora había gritos pero con aplausos, una guitarra, con música, había un grito de libertad.
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