Debí decírselos cuando podía, a quien me dañaba y a quien encubría, con cada caricia se iba un pedazo de mi vida, y como el polvo en el aire se esfumaba aquella alegría, y en sus manos morían los sueños que nunca nacieron, mientras enterraba mis deseos y juegos, dejando la confianza en la vieja caja de recuerdos. Debí decírselos cuando podía, pero sentía que moría, mis años aumentaban y la herida crecía dándole a mi escasa niñez la última despedida. Me daba energía el anhelo de justicia la inalcanzable superación y esa necesidad de seguir viva, aunque a escondidas le rogaba a las pastillas que me dejaran eternamente dormida. Debí decírselos cuando podía, ese día que mi piel se rompió con el metal, o cuando pasé la noche entera en el hospital. Mis palabras fueron incomprensibles o quizás ignoradas, pero no era tan difícil aquella metáfora, ¿quién entra a la casa que está en ...