Diego tenía diez años cuando su papá le dijo que cruzarían a Estados Unidos. No era solo para ellos, era por la abuela, que estaba enferma de cáncer. En su pueblo no había buenos médicos, y él soñaba con ser doctor para salvarla. Pero para eso, primero tenían que llegar a un lugar donde pudiera estudiar, donde el futuro no se sintiera tan imposible. El viaje fue difícil. Caminaron de noche, escondidos entre la maleza, con el estómago vacío y los ojos llenos de miedo. Pero Diego no dejaba que el miedo le ganara. Cerraba los ojos y se imaginaba con un guardapolvo blanco, atendiendo a su abuela en una gran clínica. Una madrugada, mientras descansaban bajo un árbol seco, unos hombres se les acercaron. Querían dinero. Querían todo. Su papá lo protegió, pero lo golpearon y le clavaron un cuchillo en el costado. Diego gritó y lloró, tratando de detener la sangre con sus manos pequeñas. —Corre, hijo… —susurró su padre con la poca fuerza que le quedaba. Pero Mateo no quería dejarlo. Se q...